NO TE ENOJES
3ª clase
EL ENGAÑO DEL ODIO
El odio o enfado es una de las perturbaciones mentales más comunes y destructivas que nos afecta casi todos los días, es un engaño raíz, es decir que fuente inicial de sufrimiento.
Por qué nos enfadamos
El odio surge como resultado de nuestro malestar al enfrentarnos con circunstancias adversas.
Si no podemos satisfacer nuestros deseos o nos encontramos en una situación desagradable, es decir, si tenemos que soportar algo que no nos gusta, perdemos el control de nuestra mente y enseguida nos deprimimos.
Entonces, este malestar se convierte en odio y nos sentimos cada vez peor.
La otra situación en la que nos enfadamos es cuando tenemos que enfrentarnos con lo que no nos gusta. Cada día nos encontramos con circunstancias desagradables, desde que nos pisen un pie o tener una discusión con nuestra pareja, hasta que se declare un incendio en nuestra casa o nos diagnostiquen una enfermedad grave, y nuestra manera habitual de reaccionar ante estas adversidades es deprimiéndonos y enfadándonos.
Sin embargo, por mucho que lo intentemos, no podemos evitarlas. No podemos asegurar que a lo largo del día no nos vaya a ocurrir alguna desgracia o incluso que nos muramos, es imposible controlar las circunstancias.
Estamos engañados - no culpar a los demás
Es importante reconocer la verdadera causa de nuestra infelicidad. Si continuamente culpamos a los demás de nuestros problemas es porque estamos dominados por los engaños.
Si de verdad disfrutáramos de paz interior y controláramos nuestra mente, no nos enfadaríamos ante las circunstancias adversas, y tampoco culparíamos a los demás ni los consideraríamos nuestros enemigos.
La persona que ha subyugado su mente y ha eliminado el odio considera que todos los seres son sus amigos.
Este es el poder de una mente controlada. Por lo tanto, la mejor manera de librarnos de nuestros enemigos es eliminando el odio de nuestra mente.
Controla versus reprimir el enfado
Si somos capaces de reconocer los malos pensamientos antes de que se conviertan en odio, nos resultará más fácil controlarlos. De este modo, no correremos el riesgo de reprimir nuestro enfado y de que se convierta en rencor.
Controlar el enfado no es lo mismo que reprimirlo. Esto último lo hacemos cuando ya domina nuestra mente, aunque no lo reconozcamos. Pretendemos no estar enfadados y controlamos nuestras acciones, pero no el odio propiamente dicho.
Esto es peligroso porque el enfado continuará creciendo en nuestra mente hasta que un día termine desbordándose.
En cambio, cuando controlamos el enfado, sabemos lo que está ocurriendo en nuestra mente. Somos conscientes de cómo surge y de que si dejamos que siga aumentando, nos causará enorme sufrimiento, y tomamos la decisión de responder de manera más constructiva.
De este modo, evitaremos que el odio se desarrolle y no tendremos que reprimirlo. Cuando aprendamos a controlar el enfado, seremos felices tanto en esta vida como en las futuras.
Por lo tanto, aquellos que desean ser felices deben esforzarse por liberar su mente del veneno del odio.
Desventajas del enfado
El odio es un estado mental doloroso por naturaleza. Cuando el odio nos domina, perdemos la paz interior y nos sentimos incómodos e inquietos. Nos cuesta dormir y aunque lo consigamos, no podemos descansar. Cuando estamos enfadados, no podemos divertirnos e incluso la comida nos parece repugnante.
El odio convierte a la persona más atractiva en un demonio con el rostro encendido. Cuando nos enfadamos, aumenta nuestro malestar y, por mucho que lo intentemos, no podemos controlar nuestras emociones.
Uno de los peores efectos del odio es que perdemos el sentido común y nos negamos a ser razonables. Deseamos vengarnos de aquellos que nos han perjudicado, y para conseguirlo corremos grandes riesgos. Para vengarnos de las injusticias que creemos haber sufrido, estamos dispuestos a arriesgar nuestro trabajo, nuestras relaciones e incluso el bienestar de nuestra familia.
Cuando nos enfadamos, perdemos la libertad de elección y vamos de un sitio a otro poseídos por una cólera incontrolable. En ocasiones, incluso dirigimos este odio contra nuestros seres queridos y otras personas que nos han ayudado. En un ataque de ira, olvidando la infinita bondad de nuestros familiares y amigos, podemos llegar a agredir a las personas que más apreciamos. No es de extrañar que una persona que está siempre enfadada pierda sus amistades.
Esta pobre víctima de su propia hostilidad consigue que los demás la abandonen y que hasta sus seres queridos se olviden de ella.
Cómo tratar con el enfado
El monje budista y escritor Thich Nhat Hanh, en su libro “La ira, el dominio del fuego interior” nos propone un método para gestionar la ira y el enfado.
Para empezar a gestionar la ira no hay que perder nunca de vista que quién siente y manifiesta ira está sufriendo. A menudo nos olvidamos de esto. Habitualmente, cuando consideramos que alguien nos ha provocado enojo decimos o hacemos algo en respuesta para hacer sufrir al otro con la esperanza de que diminuya nuestro sufrimiento. Pero no funciona. Qué podemos hacer para salir de este círculo vicioso?
Si eres el que está sintiendo ira:
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No sirve de nada intentar reprimir, rechazar o controlar la ira. Es más saludable permitirnos sentirla y en ningún caso reprimimos este sentir. Lo que no hacemos es reaccionar impulsivamente a lo que sentimos. Diferenciamos, pues, entre sentir i reaccionar al sentir. El primer paso es sentir y reconocer lo que está pasando, reconocer la presencia de la ira en nuestro interior.
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Si mi casa está ardiendo, lo más urgente es volver ella e intentar apagar el fuego, y no echar a correr detrás del que creo que la ha incendiado, porque si lo hago, mi casa se quemará mientras me dedico a intentar atraparle. Cuando estés enfadado y lleno de ira no digas ni hagas nada, porque cualquier cosa que digas o hagas empeorará más la situación. Lo más adecuado es volver a ti mismo y cuidar de tu enojo. Cuando alguien te haga sufrir, regresa a ti mismo y cuida de tu sufrimiento. No vayas hacia afuera, ve hacia adentro / EJEMPLO DE HELADO QUE SE CAE
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Muchas veces lo más útil es separarte físicamente de la persona sobre la que estás proyectando tu ataque de ira. Hay que tener en cuenta que la ira tiene una energía muy potente que permanece activa durante unas cuantas horas. No vuelvas a verte con esa persona hasta que tu enfado se haya ido por completo. Puede que necesites que pasen 48 horas. Así pues, date cuenta que cuando la ira ya te ha poseído, la única manera de no empeorar la situación es separarte de la persona perceptora de tu enfado.
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La ira es una zona de energía y lo mejor que podemos para gestionarla es generar otra zona de energía que la abrace y la cuide. Y lo hacemos con la energía de la consciencia. La enegía de la consciencia cuida a la energía de la ira: “querida ira, se que estás ahí, me estoy ocupando de ti”. No es el bueno luchando contra el malo, es una energía cuidando de la otra. La ira es un bebé que berrea, sufre y llora. Tu eres la madre del bebé. Acunar y abrazar al bebé es lo que lo va a calmar. No reprimimos ni combatimos. Reconocemos, abrazamos y tranquilizamos. No luchamos dentro nuestro creando un bando bueno y un bando malo.
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Entrar en contacto con nuestra respiración nos va a ayudar en este paso. Sentimos el aire entrando y saliendo y permanecemos con la atención en las sensaciones del cuerpo. Aunque sean desagradables, permanecemos en contacto con las sensaciones hasta que la respiración empiece a calmarse de manera natural.” Inspirando veo la ira actuando, espirando voy a cuidar de ella”.
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Muy a menudo la consciencia nos permitirá ver que quizás la ira ha surgido debido a alguna percepción errónea en nuestra recepción de los mensajes de los demás. De hecho, el causante de nuestro sufrimiento es la ira que hay en nosotros. La otra persona es sólo una causa secundaria. La mayor parte de las veces la ira nace de una percepción errónea que alimenta la semilla de ira que hay en nosotros. Creíamos que la otra persona deseaba hacernos sufrir y herirnos pero no era así. Así pues, aunque creamos que estamos seguros que nos querían hacer sufrir, tenemos que comprobarlo de nuevo, tenemos que poner en duda nuestra recepción del mensaje. Cuando la comprensión está presente, la ira desaparece por sí sola. Cuando entendemos la situación de la otra persona, la cólera desaparece.
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Aprendiendo a gestionar la ira aprendemos a cuidar al niño herido que hay en nuestro interior. “Mi querido niño herido, estoy aquí por ti, listo para escucharte. Por favor, cuéntame tu sufrimiento, muéstrame todo tu dolor. Estoy aquí, escuchándote”. Cada día podemos visitar un rato a nuestro niño. Todos tenemos este niño herido el interior reclamando nuestra atención. Un niño que cuando no tenía recursos fue agredido, o no fue amado como necesitaba, o se sintió terriblemente solo… Si no le prestamos atención puede manifestarse en forma de ataques de ira. Así pues, volvemos a él un rato cada día, nos hacemos conscientes de él y lo cuidamos.
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Para gestionar la ira, también cambiamos nuestra relación con las personas que habitualmente sufren nuestro enfado como nuestros hijos, padres o pareja. Cuando sufras, cuéntale a tu ser amado que estás sufriendo. “Cariño, estoy enojado. Estoy sufriendo y necesito que lo sepas”. La única condición es decírselo con serenidad y de una manera afectuosa. Hazlo lo antes posible, sin ocultar más de veinticuatro horas la ira o el sufrimiento que sientes. Pero si el plazo de tiempo está a punto de terminar y aún no te has calmado, escribe lo que sientes. Redacta una «nota de paz», un mensaje de paz. Dale la carta o mándasela y asegúrate de que la reciba antes de que hayan transcurrido veinticuatro horas. Es algo muy importante. Si te comprometes a cambiar las cosas, puedes ir más lejos todavía, añadir otra frase cuando des a conocer a la otra persona que estás sufriendo y decir: “Estoy haciendo todo lo que puedo”, lo cual significa que te contienes para no actuar. La tercera frase sigue a las anteriores de forma natural: “Por favor, ayúdame, necesito tu ayuda”.
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Aunque estés lleno de ira el sol acabará por salir, sabes que tienes capacidad de amar aunque en este momento no esté presente.
Si estás recibiendo la ira de otra persona
La ira es una emoción cargada de energía que se dirige hacia afuera. La ira tiene forma de queja y culpa al otro del propio sufrimiento. No es agradable recibirla. Si eres capaz de escuchar compasivamente en silencio a una persona que está llena de ira durante una hora, aliviarás mucho su sufrimiento. Escúchala con el único objetivo de que sufra menos. Aunque te esté atacando verbalmente no reaccionas a su ira con tu ira; aunque esté equivocado no le corriges. Sólo puedes actuar así si te sientes suficientemente protegido con tu compasión. En caso contrario, si no puedes escucharla con compasión, sepárate físicamente de esa persona. Este punto es muy importante. En ningún caso finjas que estás escuchando con compasión si no lo estás haciendo realmente. Si vas a perder la calma y la serenidad, sepárate. Para ser compasivo sabes que tu interlocutor también está sufriendo, no sólo tu. No la interrumpas para corregirla aunque sepas que está equivocada. Si tienes algo que corregir porque tu interlocutor cargado de ira hizo apreciaciones sobre ti con son incorrectas, hazlo pasados unos días.
Marc Ribé